sábado, 23 de febrero de 2013

"Adiós con el corazón"

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Adiós con el corazón
(Lo que la emigración dejó en nosotros)


[...] Vuelvo pequeña a aquel patio de baldosas rojas y amarillas que dibujaban guardas y arabescos, me acomodo en mi sillita baja e integro la reunión familiar, rodeada de tantos rostros queridos. Me siento tierna, amada y feliz, una vez más. Se apaga la voz del viejo tocadiscos, para dar paso a las coplas cantadas por mis padres y mis tíos, aún jóvenes. Sus ecos resuenan en el viejo caserón que los acompaña con un silencio nostálgico y profundo. Aquellos eran momentos que me llegaban al alma, de un modo tal, que podría encontrar el lugar donde ella habita, señalando con mi pequeño índice, en el centro del pecho. Recorro uno a uno esos rostros tan míos y desearía besarlos con ternura para evitar que las lágrimas nublaran sus miradas. Veo como mis sandalias de charol ensayan, casi rústicamente, mis primeros pasos en la danza española y vuela mi falda tableada mientras mi padre, inclinándose hacia mi, me hace girar al compás de un pasodoble. Y todo se vuelve risa, se ilumina mi corazón e ingenuamente creo, que ya nunca volverán a entristecerse.
Y me invade el recuerdo de pequeños detalles que hicieron a mi esencia: el silencio profundo de mi madre cuando ya no podía con la nostalgia, las canciones de mi padre que, hoy veo, eran una invitación para que ella lo acompañara y se alegrara, el profundo sacrificio que se notaba aunque se esforzaran en disimularlo, esas cosas que no hacía falta enseñar porque se inculcaban con el ejemplo, el cuidar siempre el centavo, el sueño de tener la casa propia, los zapatos marrones de la escuela, que acompañaron mi adolescencia y que mi madre calentaba en una hornalla antes de salir para el colegio; y la seguridad de saber que aunque había poco, para libros siempre habría.
Qué no daría por sentarme a la mesa, un domingo al mediodía, en casa de mi tía y compartir con mis tíos y mis primos aquella mesa enorme en la que se reunía una familia de emigrantes que sobrellevaba, casi alegremente, la nostalgia, el tiempo y la distancia. Si pudiera oír nuevamente la voz de mi padre, sus cuentos, sus anécdotas, sus historias de la guerra y esas descripciones tan increíblemente perfectas de su tierra. No había un solo día que él no me hablara de Galicia. Su tierra vivió en su corazón hasta el último día de su vida.
Uno juega su suerte cuando emigra. El hombre puede abandonar su tierra, pero nunca olvidarla porque a ella lo unen lazos tan indisolubles como los del alma.

Sigue golpeando el viento en los cristales…Llueve fuerte sobre Buenos Aires y ganándole a la tarde, la noche ha comenzado su reinado. Y este sentimiento de orfandad que me ha acompañado siempre.

- “…Al despedirme de ti,
Al despedirme, me muero…”


(A todos los emigrantes por su noble legado)

                                                                                          Beatriz Carballo Regueira




sábado, 16 de febrero de 2013

"Adiós con el corazón"


Leer la primera entrega aquí.

Adiós con el corazón
(Lo que la emigración dejó en nosotros)

[...] Mis pocos años no reparaban en muchas cosas, pero con el tiempo, cuando conocí la aldea de mis padres, lo primero que vino a mi mente fue imaginar sus sentimientos cuando llegaron a este Buenos Aires gigantesco y veloz. ¿Que habrán sentido al llegar? Y el día que cruzaron por primera una avenida…

Volviendo a lo del puerto siempre me movió sentimientos muy fuertes. Creo que esa mezcla de tristeza y emoción que se desata en mí cada vez que me despido, aunque sea por un lapso corto de tiempo, se debe en parte a mis visitas al puerto, de pequeña. Tal vez por eso jamás me despido cuando visito Galicia, miro fijo por la ventanilla del avión y trato de que el verdor de esa tierra a la que pertenezco y me pertenece, se grabe en mis pupilas para siempre y nunca podría decir adiós, porque jamás me voy del todo.
Infancia… tiempo de risas, de correr, de llegar, de aprender y de construir. Tiempo, también de asimilar una cultura y un sentir que nos marcarían a fuego para siempre y nos haría diferentes a muchos e iguales a tantos otros. Cuando uno crece acunado por la emigración siempre es nostálgico. Se crece en Argentina y en Galicia al mismo tiempo. Es un sentimiento imposible de explicar, tal vez, porque forma parte de esas cosas que las palabras no logran expresar. Es como crecer con dos corazones uno español y otro argentino.
En la sencillez de nuestro viejo comedor, con esmero, mis siete años escriben la primera carta a mi familia en Galicia, esa misiva sería el inicio de una cadena interminable, que logró fortalecer el cariño y el sentimiento fuerte de pertenencia que me acompañaría siempre. Hasta aquel momento la comunicación entre mis padres y sus familias no había sido muy fluida, dada la escasa preparación de todos ellos. De ahí en más, aunque tardarán en llegar, a uno lo reconfortaba la certeza de que habría noticias de Galicia. Recibirlas era un gran acontecimiento, se releían una y otra vez a cuanta visita llegaba a la casa. Sentada en el patio de atrás las leía, ya casi de memoria, pero con la emoción renovada que me provocaban aquellas miradas lejanas que se llenaban de soles y cielos de otra tierra; a medida que avanzaba mi lectura. Mariposas de colores, cuyas alas se teñían con el color de las noticias que traían, eso eran aquellas cartas para mí. Recuerdo el día en que llegó la carta con luto que anunciaba la muerte de mi abuela. Emigrar también implica llorar a nuestros muertos a la distancia.
Como a tantos otros, me faltó el cariño protector de mis abuelos. Toda mi vida imaginé sus caras, sus voces… Con el tiempo, una tía de mi padre me mostró una foto de mi abuela paterna, ya viuda, rodeada de todos sus hijos. Logré reconocerme en algunos de sus rasgos, pero no me resultaba suficiente. Ya siendo una mujer, cuando visité Galicia, una prima me mostró una foto de mi abuelo paterno, increíblemente parecido a uno de los hijos de mi hermano. También pude ver la imagen del hermano mayor de mi padre, de quien él tanto hablaba y que había muerto en Teruel. Finalmente conocía a mi tío Pepe. Lo había imaginado mayor. La foto mostraba el rostro de un joven de unos veintitrés años y la leyenda escrita debajo de la foto, rezaba algo así como:” Muerto por Dios y por la Patria-28 de junio de 1938”. Los relatos de mi padre comenzaban a tornarse tangibles, concretos. Y aún hoy, sigo imaginando a mis abuelos maternos.

(continuará...)




sábado, 2 de febrero de 2013

"Adiós con el corazón"


Adiós con el corazón
(Lo que la emigración dejó en nosotros)

  ¡Cómo golpea el viento los cristales! Llovizna en Buenos Aires y la tarde lucha para no volverse noche. Me encanta el otoño, sin embargo a veces, tardes así, mueven en mí parte de la nostalgia que acompañó mi infancia. Y vuelvo a verme en aquel patio con parrales, recuerdo la mirada azul y mansa de mi padre, que tanto decía, a veces, sin pronunciar palabra, y  oigo la voz melodiosa de mi madre como si llegara desde la  vieja cocina, al fondo de la casa.
- “Adiós con el corazón,
                                         que con el alma no puedo…”

    Y me siento niña  nuevamente. Juega mi infancia en la esquina del viejo conventillo de la calle Gallo,  mientras vuela mi alma a mi idílica tierra de verdor infinito, de mar y de montaña. Los recuerdo se agolpan en mi mente y, en silencio, repito aquella copla que  acompañó a miles y miles de emigrantes. Tan sencilla como sus propias vidas y tan profunda como el abrazo que une dos cuerpos y dos almas, para separarlos definitivamente. Eterna siempre  en la memoria, como esa imagen querida y  desolada que se iba haciendo lejana a medida que el barco avanzaba, dejando atrás  un puerto cualquiera de España.   
    Sin proponérmelo  llegan a mi, nombres como: Alcántara, Cabo de Hornos, Ciudad de Formosa, Cabo San Roque, Cabo San Vicente y muchos otros  que encerraron en sus bodegas historias de vida, dolor y muchas lagrimas, y que  sin  embargo, fueron sinónimos de  sueños y esperanzas. Con la valentía de quien no tiene otro remedio, con la  desesperación de quien no tiene otra salida y con el sueño de un futuro mejor para sus hijos se embarcaron en ellos  y cruzaron los mares.
    Imponente y silencioso el puerto de Buenos Aires les abría las puertas a una vida  nueva y les cerraba otra, definitivamente. De ahora en más eran inmigrantes y  en ese preciso momento se habían convertido en hombres y mujeres de dos patrias, o de ninguna; duro y eterno precio que paga aquel que emigra. Ya nadie va al puerto. Los barcos cargados de emigrantes ya no llegan a nuestras orillas, sólo de vez en cuando, durante el tórrido verano porteño, algún crucero llega y Buenos Aires reboza de tonadas cantarinas  y vuelve a poblarse  de sonidos que evocan  los tiempos en que era una ciudad netamente inmigrante. Se puebla mi memoria de voces de la infancia, mientras rueda mi bicicleta por la calle de mi casa,  y una y otra vez y recuerdo el esfuerzo que nos llevó comprarla.
      Cuando era niña, el puerto era una visita frecuente, era común ir a recibir a los amigos y parientes que llegaban, pero aunque arribaran, traían con ellos el dolor de la despedida. Creo que llegar, si bien era lo que habían anhelado tanto, les hacía sentir la   pena del desarraigo. Nuestra casa solía albergar a los recién llegados y recuerdo aquellas noches en las que al oír su llanto, mi padre se levantaba para acompañarlos, les servía un vasito de vino y entonaba junto a ellos las canciones de su tierra. La causa más frecuente de su llanto era la seguridad de que ya no volverían  a ver a sus madres. Una vez oí a uno de ellos decirle  a mi padre  que si existiera una carretera que lo llevara a Galicia, se pondría a caminar en ese preciso momento.

(continuará...)

Emigrantes llegando al Puerto de Buenos Aires