sábado, 2 de febrero de 2013

"Adiós con el corazón"


Adiós con el corazón
(Lo que la emigración dejó en nosotros)

  ¡Cómo golpea el viento los cristales! Llovizna en Buenos Aires y la tarde lucha para no volverse noche. Me encanta el otoño, sin embargo a veces, tardes así, mueven en mí parte de la nostalgia que acompañó mi infancia. Y vuelvo a verme en aquel patio con parrales, recuerdo la mirada azul y mansa de mi padre, que tanto decía, a veces, sin pronunciar palabra, y  oigo la voz melodiosa de mi madre como si llegara desde la  vieja cocina, al fondo de la casa.
- “Adiós con el corazón,
                                         que con el alma no puedo…”

    Y me siento niña  nuevamente. Juega mi infancia en la esquina del viejo conventillo de la calle Gallo,  mientras vuela mi alma a mi idílica tierra de verdor infinito, de mar y de montaña. Los recuerdo se agolpan en mi mente y, en silencio, repito aquella copla que  acompañó a miles y miles de emigrantes. Tan sencilla como sus propias vidas y tan profunda como el abrazo que une dos cuerpos y dos almas, para separarlos definitivamente. Eterna siempre  en la memoria, como esa imagen querida y  desolada que se iba haciendo lejana a medida que el barco avanzaba, dejando atrás  un puerto cualquiera de España.   
    Sin proponérmelo  llegan a mi, nombres como: Alcántara, Cabo de Hornos, Ciudad de Formosa, Cabo San Roque, Cabo San Vicente y muchos otros  que encerraron en sus bodegas historias de vida, dolor y muchas lagrimas, y que  sin  embargo, fueron sinónimos de  sueños y esperanzas. Con la valentía de quien no tiene otro remedio, con la  desesperación de quien no tiene otra salida y con el sueño de un futuro mejor para sus hijos se embarcaron en ellos  y cruzaron los mares.
    Imponente y silencioso el puerto de Buenos Aires les abría las puertas a una vida  nueva y les cerraba otra, definitivamente. De ahora en más eran inmigrantes y  en ese preciso momento se habían convertido en hombres y mujeres de dos patrias, o de ninguna; duro y eterno precio que paga aquel que emigra. Ya nadie va al puerto. Los barcos cargados de emigrantes ya no llegan a nuestras orillas, sólo de vez en cuando, durante el tórrido verano porteño, algún crucero llega y Buenos Aires reboza de tonadas cantarinas  y vuelve a poblarse  de sonidos que evocan  los tiempos en que era una ciudad netamente inmigrante. Se puebla mi memoria de voces de la infancia, mientras rueda mi bicicleta por la calle de mi casa,  y una y otra vez y recuerdo el esfuerzo que nos llevó comprarla.
      Cuando era niña, el puerto era una visita frecuente, era común ir a recibir a los amigos y parientes que llegaban, pero aunque arribaran, traían con ellos el dolor de la despedida. Creo que llegar, si bien era lo que habían anhelado tanto, les hacía sentir la   pena del desarraigo. Nuestra casa solía albergar a los recién llegados y recuerdo aquellas noches en las que al oír su llanto, mi padre se levantaba para acompañarlos, les servía un vasito de vino y entonaba junto a ellos las canciones de su tierra. La causa más frecuente de su llanto era la seguridad de que ya no volverían  a ver a sus madres. Una vez oí a uno de ellos decirle  a mi padre  que si existiera una carretera que lo llevara a Galicia, se pondría a caminar en ese preciso momento.

(continuará...)

Emigrantes llegando al Puerto de Buenos Aires