BEATRIZ CARBALLO
REGUEIRA, Buenos Aires.
El pasado 22 de junio, a las 13.00 horas, el corazón de todos los que tuvimos el honor de conocerlo se vistió de negro. Falleció un gran hombre, un gallego de antes, de esos de los que van quedando pocos. Eligio Martínez Porto había nacido en Monterroso hace 79 años, dedicó su vida a transmitir la cultura gallega, como tantos miles de emigrantes, pero lo hizo con arte, con ética y con humildad. Siempre decía que había aprendido a bailar con su sombra mientras cuidaba los animales en su Galicia natal. Llamaba la atención el acento español que conservó toda la vida, daba gusto oírlo hablar con esas eses tan castizas y esas ces tan precisamente utilizadas. Siempre creí que se empeñó en conservarlas.
Junto con María Teresa Mosteiro, su compañera inseparable, hermana del alma y del corazón, dirigieron a los mejores grupos de danza de la colectividad gallega de Buenos Aires, conocieron a grandes como Rey de Viana y Angel Perisse y con todos conservaron una relación de amistad. También bailaron con grupos como Xacarandaina y lo emocionaba recordar el día en que bailaron en la Plaza de la Quintana.
Sus alumnos se distinguen entre todos. Desde un lugar de excelencia supo ponerse a la altura de los que sabían menos, fue profesor de profesores y a todos nos marcó con su ejemplo, con su hombría de bien y con su sencillez. Se marchó con la discreción con la que supo vivir, sin hacer alharaca, casi silenciosamente. Era humilde de corazón, amigo del alma, hermano y compañero. Me resultó muy difícil encontrar una palabra que lo definiera, finalmente creo haberla encontrado: impecable. Eligio era una persona impecable, un hombre íntegro, un caballero, un señor, con todo lo que ese término implica.
Casi todos los que lo despedimos el pasado día 22 coincidimos en que lo vamos a extrañar profundamente, en que con él se va una parte muy importante de Galicia y de Buenos Aires. Nos queda el legado de su arte que, sin duda, trascenderá en el tiempo, el ejemplo de sus valores y honor de haberlo conocido. Y bailarán nuestros hijos y nuestros nietos las danzas de Galicia con ese toque refinado y exquisito que Eligio supo ponerle, poniendo el alma y el corazón en cada paso. Lo despedimos con lluvia, con frío y con muchas lágrimas. No hubo grandes discursos, pero sí plegarias y frases contenidas en el alma. Al son de la gaita se oyeron el himno gallego y una jota antigua tocada a modo de alborada? Creo que nos faltó un aplauso y un «¡Bravo, Eli, bravísimo!» Amigo, hermano Eli, que descanses en paz.