Mujer gallega. Obra de Fernando Álvarez de Sotomayor |
Haciéndole un pequeño homenaje a todas las mujeres gallegas,
argentinas, y de todo el mundo, la Asociación Hijos de Zas comparte con ustedes
uno de los relatos del libro “Yo, Emigrante”. Un libro que refleja las diversas experiencias y aprendizajes de
la vida de emigrantes que no olvidan y siguen amando sus raíces.
LAS MADRES DE LA EMIGRACIÓN
Fueron
llegando llenos de temores, de morriña, de dudas, pero también de sueños y
esperanzas. Atrás habían quedado la aldea amada, las
cosas más queridas, el último abrazo de los padres con la certeza de
que sería el último y la incertidumbre de un posible regreso.
Se habían convertido, de una vez y para siempre, en
extranjeros. Pronto sabrían todo lo que esa palabra encierra. Es más, de ahora
en adelante, serían hombres y mujeres de dos patrias... o de ninguna; eterno
precio que paga aquel que emigra.
El puerto de Buenos Aires fue, durante
décadas, el mudo testigo de besos y abrazos contenidos por quién sabe cuántos
años. Hermanos a la espera de hermanos, tíos aguardando a sobrinos, novios que
abrazaban con ilusión a aquella novia que había sabido esperarlos en la aldea,
maridos anhelando ver a sus mujeres que cargaban en sus brazos a hijos que aún
no conocían.
Terminada la bienvenida había que
comenzar la lucha, con ese espíritu de sacrificio que siempre ha caracterizado al
gallego. Aquí encontraron hermanos, amigos, vecinos que se habían agrupado con
fines asistenciales, sociales y culturales. Muchas de esas instituciones aún
perduran, son las nuestras.
Tenían además como aliciente algo que
les había sido vedado por años: la casa propia; y lo que creían fundamental: un
porvenir para sus hijos… que era el nuestro. Por nosotros cualquier sacrificio
era válido y fuimos las raíces que los ataron definitivamente a esta tierra.
Trabajaron a destajo, los hombres en
frigoríficos, fábricas, almacenes y en toda la cadena gastronómica. Las mujeres
sirviendo en casas de familia, cosiendo, lavando y planchando para afuera, en
fábricas o en las pequeñas empresas familiares que comenzaron a florecer a
medida que se acercaba la década del sesenta. Ellas hicieron de todo por salir
adelante pero jamás perdieron su función primera, la de ser madres y madres
gallegas.
Estas madres hicieron milagros con
nada, nos nutrieron con su esencia, nos inculcaron sus valores desde el
ejemplo, nos acunaron a nosotros y a nuestros hijos con cantigas da terra, que olían a monte, a mar, a o recuncho amado, tan lejano en el tiempo y la distancia, como cercano
en el alma y en lo cotidiano. Nunca se dieron tregua en eso de mantener viva a
Galicia en cada hogar emigrante. Deuda eterna que tendremos para con ellos
desde as dúas beiras.
Buenos Aires y su gente los recibieron
con los brazos abiertos y aprendimos a quererlos y nos quisieron, fueron parte
de nuestra vida y nosotros de las suyas. Buenos Aires no hubiera sido la misma
sin ellos. Formaron parte de nuestra historia, de nuestra cultura y hasta de
nuestro folklore. Sus hijos y los hijos de esta tierra nueva compartieron pupitres,
aulas y recorrieron codo a codo y con orgullo los pasillos de nuestras
universidades.
Unieron sus voces para gritar: “Paz, justicia, libertad” y juntaron sus
manos para sostener pancartas y arrojar panfletos; dándole así real significado
a las palabras compañero, amigo, hermano.
Detrás de todo esto, silenciosamente,
ellas, las mujeres de la emigración. Ellas, con una plegaria silenciosa, el
consejo justo, una comida caliente hecha con esmero “para cando os rapaces chegaran da universidá”, noche tras noche,
sin importar el sueño ni el cansancio, unos zapatos colocados junto a la
hornalla para calentarnos los pies antes de salir de casa, en las madrugadas de
tantos inviernos. El callar, siempre callar, para dejar a sus hijos crecer sin
preocupaciones. El esmero en cuidar el centavo, para que por lo menos para
libros no faltara nunca.
En silencio, tejían los suéteres que
nos abrigarían y en cada punto y en cada lazada, hilaban nuestros sueños y
nuestros futuros. Y nos miraron, sin decir palabra, pero rompieron en llanto,
al ver nuestros sueños realizados, al ver coronado aquello que los había traído
a esta tierra, en la que dejaron sus vidas, su ejemplo y su cultura. Ésta se
fusionó con la nuestra y la incorporamos y la sentimos propia, lo mismo que
ellos a la nuestra.
Este Buenos Aires nostálgico mitigó su
morriña, pero no pudo evitar contagiarse un poco.
A todos los emigrantes, por su noble legado.
Beatriz Carballo Regueira
Mayo 2010