sábado, 16 de febrero de 2013

"Adiós con el corazón"


Leer la primera entrega aquí.

Adiós con el corazón
(Lo que la emigración dejó en nosotros)

[...] Mis pocos años no reparaban en muchas cosas, pero con el tiempo, cuando conocí la aldea de mis padres, lo primero que vino a mi mente fue imaginar sus sentimientos cuando llegaron a este Buenos Aires gigantesco y veloz. ¿Que habrán sentido al llegar? Y el día que cruzaron por primera una avenida…

Volviendo a lo del puerto siempre me movió sentimientos muy fuertes. Creo que esa mezcla de tristeza y emoción que se desata en mí cada vez que me despido, aunque sea por un lapso corto de tiempo, se debe en parte a mis visitas al puerto, de pequeña. Tal vez por eso jamás me despido cuando visito Galicia, miro fijo por la ventanilla del avión y trato de que el verdor de esa tierra a la que pertenezco y me pertenece, se grabe en mis pupilas para siempre y nunca podría decir adiós, porque jamás me voy del todo.
Infancia… tiempo de risas, de correr, de llegar, de aprender y de construir. Tiempo, también de asimilar una cultura y un sentir que nos marcarían a fuego para siempre y nos haría diferentes a muchos e iguales a tantos otros. Cuando uno crece acunado por la emigración siempre es nostálgico. Se crece en Argentina y en Galicia al mismo tiempo. Es un sentimiento imposible de explicar, tal vez, porque forma parte de esas cosas que las palabras no logran expresar. Es como crecer con dos corazones uno español y otro argentino.
En la sencillez de nuestro viejo comedor, con esmero, mis siete años escriben la primera carta a mi familia en Galicia, esa misiva sería el inicio de una cadena interminable, que logró fortalecer el cariño y el sentimiento fuerte de pertenencia que me acompañaría siempre. Hasta aquel momento la comunicación entre mis padres y sus familias no había sido muy fluida, dada la escasa preparación de todos ellos. De ahí en más, aunque tardarán en llegar, a uno lo reconfortaba la certeza de que habría noticias de Galicia. Recibirlas era un gran acontecimiento, se releían una y otra vez a cuanta visita llegaba a la casa. Sentada en el patio de atrás las leía, ya casi de memoria, pero con la emoción renovada que me provocaban aquellas miradas lejanas que se llenaban de soles y cielos de otra tierra; a medida que avanzaba mi lectura. Mariposas de colores, cuyas alas se teñían con el color de las noticias que traían, eso eran aquellas cartas para mí. Recuerdo el día en que llegó la carta con luto que anunciaba la muerte de mi abuela. Emigrar también implica llorar a nuestros muertos a la distancia.
Como a tantos otros, me faltó el cariño protector de mis abuelos. Toda mi vida imaginé sus caras, sus voces… Con el tiempo, una tía de mi padre me mostró una foto de mi abuela paterna, ya viuda, rodeada de todos sus hijos. Logré reconocerme en algunos de sus rasgos, pero no me resultaba suficiente. Ya siendo una mujer, cuando visité Galicia, una prima me mostró una foto de mi abuelo paterno, increíblemente parecido a uno de los hijos de mi hermano. También pude ver la imagen del hermano mayor de mi padre, de quien él tanto hablaba y que había muerto en Teruel. Finalmente conocía a mi tío Pepe. Lo había imaginado mayor. La foto mostraba el rostro de un joven de unos veintitrés años y la leyenda escrita debajo de la foto, rezaba algo así como:” Muerto por Dios y por la Patria-28 de junio de 1938”. Los relatos de mi padre comenzaban a tornarse tangibles, concretos. Y aún hoy, sigo imaginando a mis abuelos maternos.

(continuará...)