Adiós con el corazón
(Lo que la emigración dejó en nosotros)
[...] Mis pocos años no reparaban en muchas cosas, pero con el tiempo, cuando conocí la aldea de mis padres, lo primero que vino a mi mente fue imaginar sus sentimientos cuando llegaron a este Buenos Aires gigantesco y veloz. ¿Que habrán sentido al llegar? Y el día que cruzaron por primera una avenida…
Volviendo a lo del puerto siempre me movió sentimientos muy
fuertes. Creo que esa mezcla de tristeza y emoción que se desata en
mí cada vez que me despido, aunque sea por un lapso corto de tiempo,
se debe en parte a mis visitas al puerto, de pequeña. Tal vez por
eso jamás me despido cuando visito Galicia, miro fijo por la
ventanilla del avión y trato de que el verdor de esa tierra a la que
pertenezco y me pertenece, se grabe en mis pupilas para siempre y
nunca podría decir adiós, porque jamás me voy del todo.
Infancia… tiempo de risas, de correr, de llegar, de aprender y
de construir. Tiempo, también de asimilar una cultura y un sentir
que nos marcarían a fuego para siempre y nos haría diferentes a
muchos e iguales a tantos otros. Cuando uno crece acunado por la emigración siempre es nostálgico.
Se crece en Argentina y en Galicia al mismo tiempo. Es un sentimiento
imposible de explicar, tal vez, porque forma parte de esas cosas que
las palabras no logran expresar. Es como crecer con dos corazones uno
español y otro argentino.
En la sencillez de nuestro viejo comedor, con esmero, mis siete
años escriben la primera carta a mi familia en Galicia, esa misiva
sería el inicio de una cadena interminable, que logró fortalecer el
cariño y el sentimiento fuerte de pertenencia que me acompañaría
siempre. Hasta aquel momento la comunicación entre mis padres y sus
familias no había sido muy fluida, dada la escasa preparación de
todos ellos. De ahí en más, aunque tardarán en llegar, a uno lo
reconfortaba la certeza de que habría noticias de Galicia.
Recibirlas era un gran acontecimiento, se releían una y otra vez a
cuanta visita llegaba a la casa. Sentada en el patio de atrás las
leía, ya casi de memoria, pero con la emoción renovada que me
provocaban aquellas miradas lejanas que se llenaban de soles y cielos
de otra tierra; a medida que avanzaba mi lectura. Mariposas de
colores, cuyas alas se teñían con el color de las noticias que
traían, eso eran aquellas cartas para mí. Recuerdo el día en que
llegó la carta con luto que anunciaba la muerte de mi abuela.
Emigrar también implica llorar a nuestros muertos a la distancia.
Como a tantos otros, me faltó el cariño protector de mis
abuelos. Toda mi vida imaginé sus caras, sus voces… Con el tiempo,
una tía de mi padre me mostró una foto de mi abuela paterna, ya
viuda, rodeada de todos sus hijos. Logré reconocerme en algunos de
sus rasgos, pero no me resultaba suficiente. Ya siendo una mujer,
cuando visité Galicia, una prima me mostró una foto de mi abuelo
paterno, increíblemente parecido a uno de los hijos de mi hermano.
También pude ver la imagen del hermano mayor de mi padre, de quien
él tanto hablaba y que había muerto en Teruel. Finalmente conocía
a mi tío Pepe. Lo había imaginado mayor. La foto mostraba el
rostro de un joven de unos veintitrés años y la leyenda escrita
debajo de la foto, rezaba algo así como:” Muerto por Dios y por la
Patria-28 de junio de 1938”. Los relatos de mi padre comenzaban a
tornarse tangibles, concretos. Y aún hoy, sigo imaginando a mis
abuelos maternos.
(continuará...)